martes, 15 de septiembre de 2009

"Barry Lyndon" - William M. Thackeray

Cuando cayó mi querido amigo Fagan, otro capitán, muy amigo suyo, se volvió al teniente Rawson y le dijo:
- Fagan ha caído. Rawson, ahí tiene a su compañía.
Fue todo el epitafio de mi valiente defensor.
-Tendría que haberte dejado cien guineas- fueron las últimas palabras que me dijo-, pero anoche tuve mala suerte y perdí todo el dinero.
Me dio entonces un débil apretón de manos. Después, como se diera la orden de avanzar, le abandoné. Cuando regresamos a nuestras viejas posiciones, estaba allí, en silencio; había muerto. Algunos de nuestros soldados ya le habían quitado sus charreteras y habían saqueado todo lo que pudieron. ¡Así de esclavos y rufianes son los hombres que participan en la guerra! Para los caballeros resulta agradable hablar de la época de la caballería; pero hay que recordar a los brutos muertos de hambre a los que dirigen..., hombres criados en la pobreza, completamente ignorantes, hechos para enorgullecerse de hazañas de sangre, hombres que no encuentran más diversión que la bebida, la seducción y el saqueo. Es con estos instrumentos tan asombrosos con los que los grandes guerreros y reyes han estado realizando su asesina tarea en el mundo. Y mientras que, por ejemplo, admiramos a Federico el Grande, como le llamamos, y su filosofía, y su liberalidad, y su genio militar, yo, que le he servido y que he estado, como estuve, tras las escenas de las que está compuesto el espectáculo, sólo puedo mirarlo con horror.
¡Qué cantidad de actos humanos de delito, miseria, esclavitud, se sintetizan en una sola palabra: gloria! Puedo recordar un día, unas tres semanas después de la batalla de Minden, en una granja en la que entramos algunos de nosotros, cómo la vieja de la casa y sus hijas nos sirvieron el vino, temblando, y cómo nos emborrachamos y prendimos fuego a la casa. ¡Pobre y miserable tipo, que llegó demasiado tarde para proteger su casa y su familia!