lunes, 18 de mayo de 2009

"Don Quijote de la Mancha" - Miguel de Cervantes

En esto, parece ser, o que el frío de la mañana que ya venía, o que Sancho hubiese cenado algunas cosas lenitivas, o que fue cosa natural - que es lo que más se debe creer-, a él le vino en voluntad y deseo de hacer lo que otro no pudiera hacer por él; mas era tanto el miedo que había entrado en su corazón, que no osaba apartarse un negro de uña de su amo. Pues pensar de no hacer lo que tenía gana, tampoco era posible. Y así, lo que hizo fue soltar la mano que tenía asida al arzón trasero, con la cual, bonitamente y sin rumor alguno, se soltó la lazada corrediza con que los calzones se sostenían, sin ayuda de otra alguna, y en quitándosela, dieron luego abajo, y se le quedaron como grillos. Tras esto, alzó la camisa lo mejor que pudo, y echó al aire entrambas posaderas, que no eran muy pequeñas. Hecho esto - que él pensó que era lo más que tenía que hacer para salir de aquel terrible aprieto y angustia- le sobrevino otra mayor, que fue que le pareció que no podía mudarse sin hacer estrépito y ruido, y comenzó a apretar los dientes y a encoger los hombros, recogiendo así el aliento todo cuando podía. Pero, con todas estas diligencias fue tan desdichado que, al cabo al cabo, vino a hacer un poco de ruido, bien diferente de aquel que a él le ponía tanto miedo. Oyólo don Quijote, y dijo:
- ¿Qué rumor es ese, Sancho?
- No sé, señor - respondió él-. Alguna cosa nueva debe de ser; que las aventuras y desventuras nunca comienzan por poco.
Tornó otra vez a probar ventura, y sucedióle tan bien, que, sin más ruido ni alboroto que el pasado, se halló libre de la carga que tanta pesadumbre le había dado. Mas como don Quijote tenía el sentido del olfato tan vivo como el de los oídos, y Sancho estaba tan junto y cosido con él, que casi por línea recta subían los vapores hacia arriba, no se pudo excusar de que algunos no llegasen a sus narices. Y apenas hubieron llegado, cuando él fue al socorro, apretándoselas entre los dos dedos, y, con tono algo gangoso, dijo: ,
- Paréceme, Sancho, que tienes mucho miedo.
- Sí tengo -respondió Sancho-; mas ¿en qué lo echa de ver vuestra merced ahora más que nunca?
- En que ahora más que nunca hueles, y no a ámbar - respondió don Quijote.
- Bien podrá ser - dijo Sancho-, mas yo no tengo la culpa, sino vuestra merced, que me trae a deshoras y por estos no acostumbrados pasos.
- Retírate tres o cuatro allá, amigo - dijo don Quijote, todo esto sin quitarse los dedos de las narices-, y desde aquí adelante ten más cuenta con tu persona y con lo que debes a la mía; que la mucha conversación que tengo contigo ha engendrado este menosprecio.
- Apostaré - replicó Sancho- que piensa vuestra merced que yo he hecho de mi persona alguna cosa que no deba.
- Peor es meneallo, amigo Sancho - respondió don Quijote.